Historia de Azucena, una madre que sigue exigiendo justicia por el asesinato de su hijo

Azucena del Carmen López García, es nicaragüense, su ombligo lo dejó en Masaya, en el popular barrio de Monimbó. Ahí vivió hasta hace unos tres años cuando tuvo que salir a un exilio forzado al demandar justicia por el asesinato de su hijo Erick Jiménez López, baleado por policías durante las protestas de 2018 en Nicaragua.

El día de la muerte de Erick nunca lo olvida, fue el 17 de julio de 2018, durante la llamada “Operación Limpieza”, en Masaya. Azucena, quien pertenece a la Asociación Madres de Abril, recuerda que ese día habló con su hijo media hora antes de ser asesinado por policías que reprimían a la población cuando protestaba.

“Él me dice en ese momento que era como una guerra los disparos que se oían. Yo le dije que se resguardara en su casa, él me dijo que estaba en la casa, me dijo que me cuidara y me habló del niño, que cualquier cosa si le pasaba algo que ese niño me lo trajera para Costa Rica. En ese instante yo no sentí que fuera a pasarle algo. Le dije que se quedara con la familia, que se resguarda en su casa, que no iba a pasar nada. Como a la hora de yo haber hablado con él, me sale el primer mensaje que dice tu hijo tuvo un disparo, le dispararon”, recuerda entre lágrimas doña Azucena.

Cuando le avisan que su hijo Erick fue asesinado doña Azucena estaba trabajando y se negaba aceptar esa realidad. Recuerda que siempre le decía que se cuidara y hasta le pedía que no fuera a las manifestaciones por el temor que lo echaran preso o peor que lo mataran.

La situación emporaba porque en el barrio donde vivían hay muchos “sapos” (simpatizantes orteguistas) “no se quedan quietos, más que todo en el barrio donde yo vivo, en Las Cuatro Esquinas hay muchos sapos, mucha gente sandinista” dice doña Azucena quien cuenta que su familia ha sido opositora “porque en la época de mis abuelos, a mi abuelita le quitaban todo el queso, carne, huevo, la verdad que no somos sandinistas”.

Su memoria viaja a la época de la dictadura de Los Somoza, cuando a los jóvenes la Guardia los llegaba a buscar tarde y noche y se los llevaban. Todo se volvió a repetir ahora con los sandinistas. “Él se me ponía a llorar, me decía ‘es que me enseñaron a un joven’ y decía que quería ayudar”.

Caso en impunidad

El caso de Erick sigue en la impunidad, así como los más de 355 asesinatos que reporta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, CIDH. Las familias de estas personas no han dejado de exigir justicia, por ello muchos han tenido que salir al exilio por la persecución, asedio y amenazas de cárcel ejecutadas por la policía al servicio del régimen Ortega Murillo.

“Ellos dicen que eran delincuentes, ellos dicen que eran golpistas, pero para nosotros no, como mi hijo, no era ningún delincuente, mi hijo trabajaba en la Zona Franca. Todos los días trabajaba, ese día (cuando lo asesinan) no va porque lo devuelven, le dicen que está rodeada Masaya y que a los jóvenes que pasaban por ahí, por esos lados en las entradas de Masaya se los estaban llevando presos. Entonces él se devuelve”, señala doña Azucena.

Eric tenía 34 años cuando lo asesinaron, los cumplió el 22 de junio de 2018. Al día siguiente, en el Día del Padre, su mamá le regaló una camisa con la foto de él y su hijo, en la que decía que era un gran papá, pero ya no la estrenó. “Se la pusimos ahí en su ataúd”, fue la noche más larga y negra de su vida, señala doña Azucena.

“La vela de mi hijo fue a puertas cerradas y en oscuridad, solo tenía una vela que nos alumbraba. nadie llegó a la vela”, cuenta entre lágrimas doña Azucena. Las barricadas todavía estaban y los policías y parapolicías se habían adueñado de calles, barrios y ciudades acosando a la población, llevándose presos a quienes habían estado en los tranques y manifestaciones.

“El día en que mi hijo fue asesinado para ir a traer la caja fue en la tarde mi hermana con un pañuelo blanco y solo mujeres fuimos al entierro. Solo mujeres llevaron el féretro de mi hijo”, relata con un desgarrador llanto doña Azucena.

Todo lo vivido parece un espejismo, una repetición que vivió “en carne propia”, porque a su casa llegaban la Guardia de Somoza pues a su familia la acusaban de tener armas. “Varias veces nos tuvieron a mi tío, a mi abuelito, un señor de 98 años, éste lo ponía boca abajo, en el suelo, mientras ellos andaban en la casa porque mi abuelo tenía dos propiedades, dos casas y una casa siempre permanecía vacía. Entonces ellos decían que ahí se hacían reuniones clandestinas de los jóvenes”, recuerda doña Azucena.

Lejos de casa

Cuando doña Azucena salió de Nicaragua a era mediodía. Se fue primero en un viaje expreso hasta la frontera de Peñas Blancas y de ahí pasó a Costa Rica.

Atrás quedaba su casa, la ciudad donde vivió desde que nació, su familia y la vida. Se llevó el recuerdo de su hijo que le acompaña hasta ahora y que la impulsa a seguir exigiendo justicia.

“Yo siempre recuerdo a mi hijo desde el momento de que a él me lo asesinan. Todo lo que he hablado yo siempre lo tengo en mi mente este, tengo sus recuerdos de él, sus fotos y yo digo que como madre que soy verdad, no puedo olvidarme de mi hijo peor porque mi hijo no era un delincuente. Mi hijo era un hombre trabajador. Y entonces, y me dejó ese niño”, refiriendo al nieto que cuida.

Doña Azucena denuncia la impunidad que impera en Nicaragua, tanto para el caso de su hijo como de las otras personas asesinadas, por eso desde la Asociación Madres de Abril continúa organizándose para exigir justicia.

“A mi hijo a 25 metros de la puerta de mi casa me lo asesinó un francotirador. Conozco a las personas que dieron la orden, pero como el gobierno dio una amnistía no hay justicia en Nicaragua”, sentencia doña Azucena.

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